Segundo Fragmento Capítulo I del "Testamento de Drácula"

El colosal y majestuoso vestíbulo se hallaba presidido por un monstruoso holograma panorámico a todo color de la Sagrada Pareja, grabado no mucho antes de que el príncipe Vlad Draculea de la Valaquia decidiese optar por el suicidio ritual como medio de escape para evitar la espantosa humillación de verse sometido a la Demencia Roja, la enfermedad degenerativa terminal más frecuente y por el momento incurable entre los machos de su especie… ; Con el aspecto de un cincuentón bien conservado, gracias a una abundante y reciente libación de sangre virgen y fresca, el flamante y triunfal mandatario de la Nueva Confederación Mundial, el Gran Líder Reconciliador de las Dos Razas, el Héroe y Padre Fundador del Nuevo Orden Dual de las mundos del Sol y de la Luna, el Magno Reformador de la Hermandad Vampírica Universal y todos sus Clanes y Estirpes de Sangre, sonreía a la tridicámara con suntuosa y paternal satisfacción, los ojos fieros y rojizos, llenos de poder y voluntad indomable, pero dulcificados por una elaborada expresión de calculada y afable madurez omnicomprensiva pasada por la mejor asesoría de marketing y mercadotecnia política… Luciendo, eso sí, sus inseparables mostachos largos y medievales y la picuda perilla, la boca curvada en una protectora y cortesana sonrisa, pero bien cerrada para no mostrar los marfileños y agudos dientes tras sus labios rojos, retocados por el maquillaje para seguir pareciendo valientes y resueltos sin llegar a resultar crueles...

El voivoda cubría su cuerpo esbelto y fibroso, mas no así alto - tan sólo medía 1,75 m - talla respetable para su época original, pero nada destacable en el año 2.072, Año Cero de la E.L. - con una espectacular y barroca túnica ceremonial de seda escarlata bordada en arabescos de oro, la melena larga y lustrosa, de su cuello colgante la enorme y pesada Esmeralda del Dragón, máximo ornamento de sus revestimientos como Sacerdote Supremo de la Orden… Su mano derecha, en cuyo dedo medio fulguraba un cárdeno y esplendoroso anillo de oro engastado en un rubí con la “D” de rigor marcada profundamente sobre la facetada piedra, firmaba sobre unos pliegos, invisibles para el enfoque de la holografía, con una gruesa pluma estilográfica de platino repujado con motivos orientalizantes, firmemente sostenida entre sus recios y cortos dedos de largas uñas blancas y amenazadoras…

A su izquierda, agarrada de su brazo libre, muy pegada a él y con un vertiginoso escote vertical cuyo delicioso y semiexpuesto contenido rebosaba con su cremosa y exuberante blancura el primer plano del objetivo láser, enfundadas las excitantes y rotundas curvas de su cuerpo por un ligero, traslúcido y estrecho vestido de noche negro recubierto de sinuosas ondas recamadas en hilos de oro blanco, un costoso collar de perlas naturales, ostentosos y grandes pendientes de igual material en forma de lágrima y un anillo semejante al de su Esposo y Padre Oscuro, pero algo más pequeño y circundando el dedo medio de su mano izquierda, la entonces Primera Dama Consorte sonreía al público con su eterno y característico estilo a la vez regio, sexy y vulnerable, su dulce, sensual y al mismo tiempo aniñado rostro vuelto hacia la cámara con expresión casi orgásmica, los gruesos y rojos labios entreabiertos, concupiscentes, plenos de anhelo infinito… Su célebre media melena rubia platino destellaba, luciendo la típica y personal onda sobre la amplia frente de porcelana. Sus soñolientos párpados dejaban ver un par de pupilas azul zafiro bordeadas por un tenue brillo tan carmíneo como su boca. Como siempre cuando posaba ante las cámaras, y más aún si se exhibía junto a un hombre al que amase o admirase, estaba profunda y eróticamente excitada, lo que podía apreciarse si se fijaba la atención en al área inferior del escote, a ambos lados del abisal corte en “V” del mismo, resaltada por sus sensibles pezones erectos bajo la fina tela y, por supuesto, en sus encías superiores medio descubiertas, donde un par de nacarados y relucientes incisivos se desplegaban, largos, finos, puntiagudos, en todo su esplendor vampiresco. Sin embargo, tal detalle no había preocupado en este caso a los atribulados y concienzudos asesores de imagen, ni habían considerado necesario retocar informáticamente la imagen, pues eran más que conscientes que, tratándose de la idolatrada dama en cuestión, tal muestra directa de sus atributos de neonata madura de poco más de un siglo de Conversión no producirían rechazo ni temor entre la mayoría cálida: Sin duda, provocarían morbo a toneladas, claro; Morbo, atracción, fascinación, identificación, Deseo… El mismo efecto que cuando era la gran estrella cálida de Hollywood, allá a mediados del siglo XX, el último Siglo Oculto para los no-muertos…, pero más intensificado si cabe…, porque, en el subconsciente colectivo de la masa, aquella mujer encarnaba la Diosa del Sexo y del Amor… Ella era la Bella, el Placer, el Eros; Él, el Guerrero, la Bestia, el Thanathós…, y de su Mágico Enlace dependía el Nuevo Equilibrio, sostén del Orden Mundial del Legado acabado de nacer… Y, por tanto, siguiendo una lógica simbólica inversa muy común en la psicodinámica de los Arquetipos, que hubiera encantado al genial precursor Carl Gustav Jung, cada uno de ellos podía ostentar el poder adquirido de su complementario, pero jamás el suyo propio…, especialmente el que se hallaba ligado a conceptos agresivos o atemorizadores…

A la diestra del Rey de los Nosferatus, un anciano de venerable y bien recortada barba, mirada serena color avellana, rizados y cortos cabellos grises y sonrisa bondadosa no exenta de firmeza, cubierto por un intachable traje a rayas diplomáticas, camisa blanca luminosa que contrastaba con su oscura y lustrosa piel y corbata rojo vino adornada por un modesto pero pulido y fúlgido diamante, firmaba en la otra hoja del Gran Libro de Pliegos donde acababa de secarse la tinta de la Nueva Constitución Mundial inspirada en el Legado Drácula. Por descontado, era cálido…, de raza negra y origen sudafricano por cierto y, en aquellos solemnes momentos, tuvo el incomparable e irrepetible honor de representar a la humanidad de sangre caliente en su conjunto, en su calidad de Secretario de las Naciones Unidas, haciendo así que su nombre, David Malambe, quedara inscrito para siempre con letras de oro en el Libro Mayor de la Historia.

Con aquellas dos firmas, trazadas un bello y dorado atardecer atlántico del día 30 de Abril del 2.072 - la ampulosa y gótica “D” sobre-estampada con el Sello del Dragón por parte de la Hermandad Vampírica Universal, y los lineales y esquemáticos trazos de la rúbrica del dignatario delegado por todos los poderes y gobiernos legítimos de las naciones cálidas de la Tierra - quedó sellado el Gran Pacto Global de mutuo respeto y convivencia entre ambas especies. Este puso fin a milenios de guerra sorda entre minorías de iluminados, vengadores y cazadores, mutua ignorancia y mitos supersticiosos y a unas pocas pero espantosas y sangrientas décadas tenebrosas de enfrentamiento directo entre ambas comunidades, conocidas popularmente como los “Decenios de Sangre”..., inmediatamente posteriores al trascendental evento conocido como la “Gran Revelación”, acontecido a lo largo del año 2.040.


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