Segundo Fragmento Capítulo II de "Señora del Hidrógeno"

Una amplia habitación de forma irregularmente hexagonal, débil pero sensiblemente iluminada por el resplandor opalescente de la Luna llena, le recibió con ansia canibalesca... Las Sombras se agitaron, excitadas por su presencia ingenua, carnal, palpitante de vida joven y moldeable... La pieza estaba por completo destrozada, pero cada fragmento de su devastación actual clamaba con los ecos de una fastuosa opulencia entre gótica tardía, barroca y una forma prematura de plateresco absolutamente retorcida y pervertida..., sin duda fruto de la imaginación decorativa de su propietaria... Y el aire, aunque, a diferencia de las simas mefíticas de los sótanos fúnebres y las mazmorras de los niveles soterrados, se hallaba ventilado - pues el esbelto y amplio ventanal de crucería hacía siglos que había perdido sus antaño espléndidas vidrieras policromas - no lograba desplazar la sutil presencia de una compacta y cerrada atmósfera de maldad, rabia, sabiduría nefasta, crueldad y, sobre todo, dolor y desesperación. Dolor multiforme, inacabable, depositado en sucesivos estratos de tormento y agonía sin fin: Dolor de las víctimas, en interminables y sangrantes capas geológicas, una tras otra, una tras otra, docenas y docenas, cientos de ellas y, coronándolas todas, en el detritus más reciente pero asimismo tres veces centenario, dolor agónico y definitivo de la implacable Ama y Depredadora de cada una...

Imprimatur elevado a la enésima potencia..., inmenso, irrespirable, arrollador...

El chiquillo se detuvo, despertando de su trance.

Un poderoso escalofrío sacudió su columna vertebral. Con un jadeo sibilante, abrió mucho los ojos, mientras la niebla que había empañado su conciencia se disolvía con rapidez, haciéndole plenamente consciente del entorno.

Ante él, la Sombra se condensó, sin pausa pero sin prisa...; Primero la silueta, después, a trazos largos y evanescentes, el rostro y el cuerpo de una mujer engalanada con un suntuoso traje de época...

Un viento gélido y enfurecido penetró de repente por la desnuda ventana, la temperatura descendió con anómala celeridad, y un lobo aulló a lo lejos, en los densos y verdes bosques de coníferas circundantes. El aullido resonó, vigoroso, prolongado, a la vez feroz y lastimero, como una oración oscura dirigida a la Selene plateada y triunfante.

Acababa de anochecer, y las Tinieblas reclamaban su Imperio.

El miedo se apoderó de nuevo del ánimo del niño... ¡Allí estaba, era ella, no cabía la menor duda... Ella, la Tigresa de Cachtice, la Señora de Csejthe, la Condesa Sangrienta...! Podía reconocerla por los grabados de los libros escolares de Historia, por el retrato que les había enseñado la profesora en el salón de baile, un millón de años atrás, en el Universo quizás tedioso y a veces molesto pero al menos cómodo, ordenado y previsible que tan sólo unas horas antes aun lo envolvía, protegiendo su infancia como un capullo de seda cálido y acogedor...Un Universo falso, mediocre y convencional, que a veces él mismo detestaba, pero al menos simple y fundamentalmente inofensivo..., y del que parecía haber sido apartado para siempre al caerse por aquel hediondo agujero como una versión masculina y macabra de Alicia en el País de las Maravillas, su cuento preferido...

Y entonces, la Reina de la Baraja de aquel Castillo encantado sonrió, mostrando sus blanquísimos y afilados dientes...

En aquella sonrisa había burla..., una burla cruel y maligna, y desdén, un desdén infinito, inhumano, descorazonador..., pero también cierta cualidad matriarcal, apreciativa, casi cariñosa, que atemperaba ligeramente la feroz amenaza de su desalmada avidez asesina y caníbal...

Y, de modo súbito, sorprendente, mágico, la alcoba de la Condesa cambió... Ya no estaba en ruínas, ni demolida, ni medio vacía, ni mugrosa y polvorienta...

Ahora, había en ella espléndidos tapices castellanos, riquísimas alfombras persas, lujosas otomanas de oro y terciopelo, óleos y tablas de refinado talento pervertido, originales y copias de alta calidad de Tiziano, Caravaggio, Leonardo, Boticelli , Durero, y, sobre todo, del Bosco, el genio maldito cuyo prodigioso pincel plasmó la Sombra y el Averno del Más Allá, a su modo tan iluminado por la Sapiencia de la Oscuridad como la propia aristócrata magiar... Los fulmíneos dardos dorados emitidos por la gigantesca lámpara holandesa de bronce que pendía de una gruesa cadena desde la pétrea techumbre de arrogante crucería rebotaron en suntuosos y colosales espejos venecianos de afiligranados marcos de oro y plata repujada, que reproducían cuerpos monstruosos, fundidos, en un gozoso infierno eterno de atormentada lujuria...

Y allí estaba ella, delante de una exquisita mesita baja lacada de estilo chino negra y roja, cuyo pulido tablero hervía en dragones y ninfas orientales desnudas y entregadas a obscenas piruetas lésbicas tan crudamente pornográficas como teñidas de imaginativo sadomasoquismo...

Alta, esbelta, de piel blanca como la más pura porcelana, deliciosa, hasta el extremo de antojarse reluciente, largo cuello de cisne, rasgos bellísimos, finos y helados, pómulos elevados, majestuosos, grandes ojos almendrados de larguísimas pestañas, barbilla altiva, nariz recta y estrecha, labios a la par consupiscentes, vesánicos, delgados, aunque el inferior se engrosaba algo más incrementando la carga sensual de sus líneas, curvados en una sonrisita estremecedora, sardónica, infinitamente arrogante, desdeñosa, cruel e incitante al mismo tiempo... Los cabellos, negros como la pez y con suaves destellos azulados, recogidos en un trenzado moño y estirados hacia atrás..., sujetos por medio de enormes perlas del tamaño de huevos de codorniz, y coronados en el pico que bajaba hacia el cénit de su amplia y serena frente de alabastro, armoniosa y abovedada, por una diadema de plata en forma de pentáculo en cuyo pentágono interior se engastaba una pesada esmeralda multifacetada y relumbrante, tales productos naturales de las ostras asímismo recorrían el pesado cordón argentino del amplio collar que descendía entre su busto firme, bien torneado y elevado por el bajo escote de bañera en cuyo centro, justo al final del canal de los deleites, destellaba un macizo broche de idéntico y noble metal, repujado y conformando un nuevo pentágono invertido... El vestido era de terciopelo negro, muy ceñido a la elegante figura de la dama a través de un cinto de oro adamasquinado que hacía juego con los bordes recamados en hilos trenzados de laurel que adornaban su ampulosa falda larga bajo cuyo vuelo frontal apenas se adivinaban un par de delicadas zapatillas rojas de raso... Las mangas, sin embargo, eran muy ligeras, de seda traslúcida color rojo sangre, abiertas y cortadas a la altura de los codos, dejando al aire la mitad inferior de sus preciosos brazos. Costosas pulseras de oro purísimo incrustadas de rubíes anudaban sus muñecas, y un ostentoso sello de igual metal labrado con el emblema de su linaje centelleaba alrededor de su dedo medio izquierdo, tan sólo acompañado por los dos simples y lisos pero no por ello menos brillantes anulares que indicaban su condición de viuda...

Erzsébet Bathory - o el espectro de su poderosa y negra alma eternamente reinante y al mismo tiempo atrapada entre los degradados muros del anfiteatro de su titánica desmesura - pudo sentir la intrincada mixtura de pasmada maravilla, morbosa atracción y frenético terror que su presencia provocaba en el chiquillo: "Olió" sus emociones, paladeándolas, saboreando sus secreciones bioquímicas y glandulares...y captó el acelerado ritmo de su pequeño corazón, el batir tempestuoso y agitado de la sangre en sus venas... Sangre casi por completo inocente, meliflua, dulce, virginal... Entrecerró los ojos y olisqueó, relamiéndose de placer y deseo...

Sonrió, y el marfil de sus afilados y perfectos dientes relampagueó como los de una fiera hambrienta... Con un hambre de siglos...

Sus iris de ébano, maldad y misterio, imponetes, insondables, escalofriantes, se hundieron como dagas en los del niño...

Este tembló, abrió la boca y casi babeó... Estaba literalmente muerto de pánico, pero igualmente fascinado..., como un conejillo ante la serpiente constrictora dispuesta a sellar su destino...

Ella también salivó, pero por otra razón muy diferente... Una razón que la serpiente hubiera comprendido a la perfección...

La voz de la Condesa Sangrienta se elevó de repente, a la vez ronca, seductora y palpitante, en un tono refinado pero ligeramente masculino, que contrastaba con la delicadeza de sus rasgos:

- ¡Ven..., acércate, Eddy...! - susurró, con acento extraño, sepulcral y sedoso al mismo tiempo -... No tengas miedo, guapo... No voy ha hacerte daño...

El índice de su mano derecha, largo, puntiagudo, rematado por una sajante y curvada uña carmesí, se dobló, llamándolo con lenta e insinuante gracia...

Dos tremendas fuerzas contrapuestas pugnaron por accionar los nervios y músculos del chavalito... Pero, finalmente, el Poder que emanaba de aquella hermosísima pero escalofriante figura se impuso... Con pasos cortos pero continuos, la criatura se aproximó hacia ella... Sus pupilas, dilatadas hasta lo grotesco, se hallaban fijas, como imantadas a las de la madura y atractiva mujer, y aunque expresaban el máximo grado de la súplica y la resignación de las víctimas, también chispeaban en ellos una compleja adoración y la sed insaciable de conocimiento de un espíritu de inteligencia natural, ávida, tan insaciable e indómito en su sed de aprender como el de la siniestra aparición en su caótico y feroz afán de eterna belleza, dominio y placer sin límites ni cortapisas morales de ningún tipo... Aquel pequeñajo era todavía débil, pero en lo más hondo de su alma latía un fuego ardiente y ambicioso tan sólo algo menos imbatible y tenaz que el de la Dama Oscura..., el Fuego de Prometeo, el ansia de Ciencia por encima de todo, más allá del Bien y del Mal...

Y, únicamente por ello, a diferencia de otras docenas de niños perdidos entre aquellas ruinas a lo largo de las centurias, iba a ser perdonado...

Ahora estaba junto a ella, con la cabecita despeinada a la altura de su vientre liso, flanqueado por sus caderas estilizadas y sugerentes... Podía percibir su perfume, un aroma de hembra potente, dulce, salvaje, cobrizo y almizcleño, embriagador, que excitaba en su cuerpo reacciones por el momento tan sólo presentidas..., las reacciones del hombre que todavía no había nacido a partir del niño..., pero también un gélido aura despiadado, atroz, el aura de una alimaña astuta e inmisericorde..., y, sobre todo ello, la tenue y casi subliminal vibración sutil de una corrupción inabarcable y, lo que era mucho más horrible, por ello mismo irresistiblemente seductora...

Elizabeth se inclinó hacia él, y ante los paralizados y alucinados ojitos de carbón inflamado del niño se ofreció una encantadora panorámica de los pechos a la vez erotizantes y maternales de la fémina..., la Ubre Primordial..., el símbolo más arcano, primitivo y duradero del Infinito Poderío de la Diosa, marcado a fuego, quiera o no, en lo más abisal de la mente de cada varón desde su más tierno amanecer por ley nutricia de la Madre Naturaleza...

La Tigresa de Cachtice alzó levemente su diestra, apresando la barbilla del retoño...

Su contacto era frío como un glaciar y, por eso mismo, paradójicamente abrasador...

La mujer sonrió más ampliamente... Sus ojos relampaguearon como dos discos de ámbar, rapaces, caníbales... Su expresión era menos humana que la de un lobo...

Su marmórea y delicada mano se cerró en torno a su frágil garganta. Siseó, y los colmillos de la vampira que siempre anheló ser en vida se desplegaron, húmedos, letales, despiadados... El diminuto corazón latió como el de un canario a punto de ser estrangulado... El ansia, la tentación, era casi demasiado fuerte... Deseaba abrir su pecho, desgarrarlo con sus manos, extraer aquella minúscula víscera atropelladamente bombeante y succionarla como una fruta exquisita... Pero detrás de aquellos iris desencajados y aquel indefenso cuerpecillo trémulo y descompuesto, que luchaba con el último residuo exánime de su orgullo por no orinarse en los pantalocitos cortos y sucios, había algo singular, escaso, precioso..., algo tan sólo apenas un poco menos valioso para ella que su propio y monstruoso ego de implacable depredadora... Algo, a su manera, tan raro y excelso como ella misma para la Oscuridad que había guiado su existencia desde que no era más que una niñita tan inocente y asustada como aquel precoz enanito...

La Dama jadeó, conteniendo sus impulsos asesinos, retorciéndose de doloroso deseo frustrado desde lo más íntimo de sus entrañas...

Sonrió, ahora casi dulcemente... Como una madre. Siempre había sido una buena madre, tan protectora y cálida con sus propios hijos como cruel y destructiva para aquellos que consideraba sus inferiores..., dignos tan sólo de ser utilizados como meros juguetes de sus demoníacos caprichos y pervertidas inclinaciones...

Pero aquel chiquito, pese a no llevar su sangre, era excepcional. Podía amarlo. A su modo. Como a un nuevo Hijo Oscuro...

La mano aflojó, y luego los dedos acariciaron con ternura la diminuta nuez y la nuca del pequeño. Volvió a dedicarle una sonrisa. Tierna, alentadora, acogedora, orgullosa de su criatura...

Desconcertado y embriagado en un ciclón de contrapuestas emociones, Eddy se echó a llorar... La Dama Oscura lamió sus lágrimas con rápidos y certeros movimientos de su lengua estrecha, afilada, vivamente encarnada, cuyos movimientos parecían propios de un ofidio... Se relamió una vez más, paladeándolas, desmenuzándolas, regocijándose en ellas con sensual y tórrido afán...

Su resonante voz brotó de nuevo, suave pero impregnada por ominosos ecos de turbia malevolencia y brutal autoritarismo:

- ¡A tí no...! - musitó - Tú debes vivir..., porque tu Destino es traer el Poder destructor del Sol sobre la Tierra... Y yo he sido elegida por las Tinieblas para inspirártelo, marcando tu alma para siempre.. ¡Ve - pues - y cúmplelo, pero en lo más hondo de tu corazón, mi niño, jamás olvidarás que eres mío ni el ardor helado de mi Beso, que ninguna otra podrá apagar...!

Dicho esto, posó sus labios sobre los del chiquillo, besándolo lenta y profundamente...

Después alzó la cabeza y le acarició, alisando y peinando con los dedos sus cabellos, moldeando las formas incipientes de su cuerpo, sacudiéndole el polvo, acunándole contra sus cremosos y abundantes senos, consolándole, mimándole..

- Mi criatura, mi nenito, mi amor... - murmuró, muy bajito, rozando con su boca la oreja de Eddy, conteniendo y aplacando sus ahogados pucheros - shhh.., shhh, ya, ya, cariñito mío... Ya pasó todo.. No tengas miedo.., estás con tu nueva mamaíta... Debes ser fuerte... Eres fuerte.., has sido muy hombre, muy valiente antes, cuando te dejé ver mi Rostro Malo, aquel que nunca más te mostraré... ¡Jamás volverás a humillarte ante tus inferiores... Los dominarás, aplastando sus necias ofensas con el furor del Amo que late en el fondo oculto de tu corazón...! Sentiste horror, como a cualquier otro, niño o adulto, le hubiera ocurrido, pero incluso en lo máximo de tu espanto, conservaste el orgullo y una admirable curiosidad, maravillada ante lo Desconocido, ansiosa por descubrirlo, asimilarlo, comprenderlo... Orgullo y curiosidad, estos son tus dos grandes dones, mi vida..., nunca permitiré que dejes de cultivarlos, haciéndolos crecer más y más..., hasta convertirte en un genio cuya ciencia cambiará el Mundo... Ahora, has de marcharte... Tu profesora, aterrorizada y angustiada por tu extraña y prolongada ausencia, pero incapaz de adentrarse ella sola y mucho menos en compañía de tus estúpidos coleguitas, a los que devolvió a sus casas hace ya un buen rato, ha llamado a tus papás y a la policía local... Esto no tardará en llenarse de idiotas... Y detesto la compañía de los idiotas... ¡Vete ahora, querido..., y nuestra sagrada alianza de amor volverá a tu conciencia, cuando seas todo un hombre, en la cumbre de tu sabiduría, tu fama y tu potestad... Entonces llorarás como hoy, fiel y agradecido a tu Madre y Maestra Secreta...!

Le dijo esto sonriéndole con embelesadora ternura, con sus dos largas manos de fiera acunando ambas mejillas del rostro infantil y cautivado del niño. Éste le devolvió la sonrisa y susurró, con un acento gozoso, confiado, en el que ya alentaba una nueva firmeza y los primeros atisbos de la férrea voluntad de poder y soberbia interior que ya nunca le abandonarían hasta el final:
- No me gusta irme..., pero lo comprendo... ¡Te quiero..., eres mi nueva Mamá Secreta, mi Hada Madrina, mi Tesoro Escondido...! Siempre te querré dentro de mí...

Levantó la cabecita y la besó en las comisuras y en los labios... Dos veces, con la pura inocencia de un niño..., pero también con la resuelta decisión de la semilla del hombre que acababa de germinar...

Ella le devolvió los besos, en su frente, en sus ojos, en su nariz, en su boca... Luego, le sujetó el cráneo por ambos lados como si fuera un copón de misa y le ordenó en tono cariñoso pero severo:

- ¡Debes marcharte, la señorita Staller y tus padres te buscan desesperados, acompañados por los gendarmes... No deben venir aquí... Este es mi Santuario de Sombras..., y debe permanecer inviolable...! Acerca tu oído a mis labios..., y te indicaré cómo salir de aquí y llegar a ellos antes de que crucen el patio de armas...

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Veinte minutos más tarde, el pequeño Edward pudo deshacerse al fin de los repetidos, cálidos y exagerados abrazos, besos y achuchones de su madre, gratos al principio, agobiantes y tediosos a medida que su reiteración y grado de histerismo aliviado no parecían disminuir por más que se prodigasen...

Algunos de sus compañeritos y compañeritas de clase habían acudido a las inmediaciones del lóbrego y ruinoso Castillo, a pesar de que la hora de la cena ya había pasado hacía mucho y las sombras de la noche arropaban al siniestro edificio, alimentando el temor supersticioso engendrado por su terrible fama como lugar maldito donde habían desaparecido jovencitas y niños de ambos sexos sin dejar rastro, aun siglos después de que, oficialmente, pereciese enterrada en vida entre los muros de su Torre de la Muerte quien fuera su monstruosa propietaria, la" malvada bruja" y "asesina demencial" cuyo nefasto recuerdo todavía poblaba las pesadillas de las sencillas gentes de toda la región...

Eddy, zafándose lo suficiente de la generosa y agitada masa de abundantes pechos en paroxismo maternal de su progenitora, contempló unos momentos el semicírculo de pequeñas cabecitas que le observaba como si fuera un ídolo, impregnados de un reverencial temor... Los chicos, incluso sus odiados "atormentadores", los mocetones camorristas de los cursos superiores, le miraban con miedo... Miedo..., y respeto, entremezclados con una confusa admiración, lo cuál era mucho más importante...

De hecho, Randu, el más alto, musculoso y chuleta de todos los "primates" de séptimo grado, quien hasta el momento jamás había fijado su atención en el "bicho raro empollón" de tercero sino para intimidarle, ridiculizarle y hostigarle con sus estúpidas bromas pesadas, se acercó con insólita timidez, mirando de reojo a su habitual corrillo de ninfas babeantes y, tratando de sonreír con artificial camaradería, pero dejando claro que ahora trataba a aquel "enanito" de igual a igual, colocó su manaza en el diminuto hombro del chavalito y exclamó en su tono engreído, aunque modulado con un irrefrenable matiz de cautela, como si algo en el fondo de su primaria mente le hiciese sentirse inquieto por tocar a aquel extraño "superviviente" que había retornado en apariencia ileso de su excursión por las Sombras:
- ¡Enhorabuena, chavalote - proclamó, con un nuevo vistazo a su público - me alegro de que estés bien... ¿Viste... algo? ¿Se te presentó...ella? - inquirió, y ahora, su voz tembló, haciendo un ímprobo esfuerzo por violar el terrible tabú aludiendo a "La Maldita", impulsado por su decidido propósito de intentar "chupar cámara" y hacerse el duro delante de las muchachas y de sus "soldados", tan necios y problemáticos como él...

Eddy le clavó la mirada. Había un nuevo fuego, poderoso, desconocido, lleno de despectiva autoridad psíquica en él... Un fuego pleno de fría consciencia de su propia superioridad y gozoso rencor satisfecho...

El ganapán retrocedió, luchó por prolongar el teatro y sucumbió, bajando la mirada e inclinando la cervical como la cobarde bestia que nunca había dejado de ser...

Al instante, tres de las "guapas-macizorras" del Colegio, condiscípulas del recién sometido animal de catorce años que en aquellos precisos momentos recibía una de las primeras lecciones auténticas de su corta y vacía vida, se desembarazaron de sus respectivos padres y se deslizaron hacia el pequeño, rodeándolo, posando sus lindas manitas en sus hombros y su pecho, inclinándose sobre él y clavándole las incipientes y duras tetitas recién formadas en sus costados y espalda...

Lucy, la pelirroja, la más descarada y provocativa de todas, cuya exclusiva relación con el pequeño hasta la fecha había consistido en herirle más de lo que ella misma podía imaginar con las escandalosas risotadas mediante las que coreaba las crueles burlas y patochadas de las que le hacían blanco Randu y sus secuaces, se apretó contra él, y musitó a su oído, rozando sus labios contra su lóbulo:

- ¡Oooh, Eddy..., qué miedo... Allí dentro..., de noche..., en el Castilooo...! Debes ser muy valiente para haber salido de ahí tan bien... ¿Viste a la Señora, guapo...? ¡Eres un héroe...!

Le dio un besito en la mejilla, casi al borde de la comisura de los labios, dulce, caliente como un hierro al rojo y tan húmedo y falso como la fruta de Eva... Pero a él le encantó, desencadenando una subliminal cadena de inconscientes atisbos de recuerdos intensos y recientes, un déja-vú potente y sugestivo, que le erizó los cortos vellitos de la nuca y le puso la carne de gallina, aparte de proporcionarle el primer ensayo de erección de su existencia... Pero de la misma fuente oculta y confusa de la que manaban tales percepciones brotó también una oleada de volcánico orgullo, herido, implacable, vengador...

Disimulando las poderosas emociones que el contacto de la niña le producían, se separó de ella con un acerado esfuerzo de su nueva y férrea voluntad y la miró a los grandes y hermosos ojos gris-perla de gacela traviesa, directamente, con firme autoridad y helado desdén perfectamente fingido:

- Deberías saberlo - le espetó en un tono increíblemente dominante y grave para su edad, por completo inesperado en el chiquillo tímido, dócil y apocado que había sido hasta escasas horas antes - yo no soy un chico como los demás... Soy especial..., muy especial..., no se te olvide, preciosa... Y la Señora respeta a los niños muy especiales...

Afirmó aquello sin saber en verdad porqué, conmo accionado por un resorte ciego y automático en su cerebro... Inconscientemente, giró un poco la cabeza y alzó la vista hacia el negro hueco erosionado de cierta ventana gótica, en el centro justo de la Torre de la Muerte..., el lugar más maldito dentro de aquella fortaleza maldita por los siglos de los siglos...

Un fuerte escalofrío sacudió su columna vertebral: Vislumbró una Sombra... Una Sombra alta, negra, hermosa, femenina...

Con la mirada perdida, levantó un pelín el brazo y saludó..., despidiéndose sin ser plenamente consciente de ello.

La Sombra le respondió...

Por un instante, Eddy volvió a ver aquellos ojazos, oscuros y ambarinos, enormes y felinos... Pero ahora, estaban dulcificados por un insólito calor humano... Brillaban, sí..., pero no de furia ni avidez sádica y devoradora...

Eran los ojos de una madre, inmensamente orgullosos y satisfechos al contemplar los progresos de su retoño en el combate de la Vida..., pero también desconsolados por verse obligada a dejarlo volar...

Los ojos de una madre que se asoma al balcón para ver partir a su hijo hasta la hora de que la muerte los vuelva a reunir...

Pues la Luz y la Oscuridad, el Cielo y el Infierno, el Bien y el Mal, cohabitan en lo más profundo de cada ser humano, aunque en diferente proporción de equilibrio en cada uno..., pero las fronteras entre ellos son tenues, delgadas, imprecisas, evanescentes..., porque la Dualidad no es más que una ilusión del espíritu, hija del miedo y de la ignorancia..., ya que para Dios el Ser es Uno, desde Él mismo y por Él mismo engendrado...

Por ello, en aquellos ojos, en los ojos de aquella Dama Negra que se había bañado en la sangre y el martirio de más de 650 doncellas vírgenes con objeto de saciar su sed de dolor y perenne lozanía, en los ojos de la Condensa Sangrienta, la Tigresa de Cachtice, que habían contemplado crímenes, aberraciones y horrores sin medida por ella misma provocados, en aquellos ojos, sí, allí, aquella noche, en aquel instante, también estaba Dios...

La pequeña ninfa juguetona jadeó, impresionada, ligeramente ofendida, pero todavía más excitada e interesada...

Y, desde aquel momento, ya nada fue igual para el pequeño Edward...

4 comentarios:

  1. Hoy estoy haciendo una visita ràpida para saludar y dar las gracias por vuestro apoyo para los examenes.

    Nos veremos pronto!!

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  2. Muy buena historia, no tardes mucho en escribir el siguiente capitulo, esto esta muy interesante, Un saludo.

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