Primer fragmento Capítulo IV de "La Señora del Hidrógeno"

IV

Enfermera Terminal

Zona Residencial ,
Campus del Pabellón Hoover,
Universidad de Stanford (U.S.A),
día 9-9-2.003,
pasadas las 4:00 A.M.


Edward Teller se despertó bruscamente. La respiración, un fatigoso estertor profundo y descompensado. El corazón, una bomba maltrecha, herida, a medias recompuesta por la limitada ciencia de los cardiocirujanos, vacilante, arrítmico, viejo, exhausto... Y el dolor... Un agudo dolor que invadía todo su cuerpo, desde el centro del pecho, irradiando ardientes lenguas de tortura a los costados y la espalda y reflejado de modo sordo, maligno, burlón, irritante y constante en la pierna lesionada, fiel a su papel penitente hasta la última hora..., acentuado en cada resollante y esforzada inspiración...
Una viscosa y helada capa de sudor cubría su frente... El Padre de la Bomba H, quien no había dejado de recibir premios y homenajes hasta semanas antes de su larga y lenta agonía - el último la Medalla de Oro al Mérito Nacional Americano, la máxima distinción otorgable constitucionalmente a un ciudadano de origen extranjero, de manos del Presidente George W. Bush, en una pomposa y formal ceremonia - se moría...

Lo sabía. Incluso lo deseaba. Estaba cansado. Muy cansado. Saturado de triunfo, de halagos, de saber oculto, de ciencia, de poder, de privilegios... Y, sobre todo, hastiado de soledad, de seguir jugando a un juego que había disfrutado al máximo, pero ya le aburría, le aburría mortalmente, de soportar achaques con elegancia, disimulando los tormentos y zozobras de una prolongadísima ancianidad decadente e interminable...

- No voy a llamar a la enfermera... - pensó, en silencio, los labios separados en una mueca de asqueado y furioso sufrimiento, pero en sus ojos, a pesar de su inmensa debilidad, todavía palpitó el fulgor del orgullo y la rebeldía - ¿Para qué? No tiene sentido... Quiero morir... No deseo ser intubado y apagarme como un vegetal, como una cosa... Eso sería lo peor... No quiero seguir sufriendo, aquí, inmóvil, incapaz ya de moverme ni tan siquiera como un viejo cojo y tambaleante..., ni que esas preciosas chicas de variados colores y bellas caritas de diferentes razas me rodeen, dedicándome carantoñas y dulzuras como si fuese un bebé, lavándome, cambiándome los pañales como a un recién nacido gigantesco y maloliente..., cuando ya no tengo fuerzas ni ánimo ni para piropearlas... Ya no soy un hombre, soy un residuo... ¡Me niego a continuar...! Ya he cumplido... He hecho bastante.... más que la inmensa mayoría... Entregué todo... Renuncié al fácil afecto de los blandos y los mediocres, al amor humano, a la familia, al consuelo de los hijos y los nietos..., todo, todo, por tí, y por el Destino para el que me elegiste... Por favor, te lo ruego, mi Progenitora Oscura, mi Hada Protectora, mi Bienamada, mi Musa Venerada... No ignoro que eres tan hermosa como astuta y despiadada, pero yo he sido fiel, me he portado bien... y también se que puedes querer y sufrir como una auténtica Madre... ¡Ven a mí, llévame contigo..., para siempre... ! Ha llegado el tiempo de volver a estar juntos, abrazados, como aquella noche en tu alcoba derruída del Castillo... ¡No permitas que tu elegido sea degradado a la condición de infrahumano..., por tu amor, pero también por tu orgullo...!


Al principio, nada. Tan sólo el lento discurrir de unas docenas de segundos que se antojaron minutos para la mente aturdida y martirizada del viejo y agotado científico.

Luego, un crujido. Dentro de su mente. O fuera, al mismo tiempo. Jamás nadie podría saberlo... Pues, al fin y al cabo, ¿qué es Lo Real?... ¿Acaso podemos asegurar, después de la "Navaja de Ockam" y el "Principio de Incertidumbre", considerados simultáneamente, qué percepciones son "reales" y cuáles "virtuales", o si existe alguna diferencia auténtica entre ambos conceptos? Fuera como fuese, un crujido... El leve roce de una mano fina y helada, capaz de las más ardientes y dulces caricias, pero también de nauseabundas profanaciones y espeluznantes actos de obscena crueldad sin límite... El cromado picaporte giró lenta, majestuosa, enigmáticamente. La puerta del dormitorio se abrió, de forma pausada, silenciosa, llena de majestad...

El postrado anciano alzó el cuello en medio de un lastimero y sordo quejido, enfocando con ansia el umbral negro y rectangular.

Y entonces la vio.

Su epidermis de mármol y tentación, vivamente recortada en salvaje claroscuro sobre el fondo de absoluta y electrizada tiniebla..., alta, esbelta, arrogante, envuelta en su impalpable pero densísima nube de poder, perverso saber y paralizante desprecio... allí estaba de nuevo. Su Maestra Oscura... Su segunda Madre... Su Musa eterna y adorada...

Esta vez no se mostraba ante su pupilo favorito engalanada con un suntuoso vestido de época, sino de un modo mucho más actualizado, íntimo y acorde con la situación y la psicología de su protegido, que ella misma tanto había contribuído a moldear: Una sencilla bata corta muy blanca de enfermera, retocada con ciertos retoques sexis, picantes, de mangas muy breves, que dejaba al aire sus desnudos y preciosos brazos y la mayor parte de sus elegantes y atractivas piernas enfundadas en un par de ajustadas medias semitrasparentes que se pegaban de manera flexible y estrecha a las excitantes formas de las mismas, de color rosado y suave, recamadas en un encaje superior elástico de grecas asimismo nevado, y sujetas por un par de ligas de idéntico diseño, cómodas sandalias de igual color y provocativo escote vertical en "V" que bajaba, ciñéndose deliciosamente a sus grandes senos voluptuosos, maduros pero firmes, tan sólo un poco decadentes por la fatal e inexorable alianza del tiempo y la gravedad, hasta descubrir por completo el canal entre ellos... El punto "retro" y "gótico" provenía de la larga y ampulosa capa fúnebre como la tinta que envolvía su espalda, cuyo vuelo rozaba sus talones, la cual se extendía cubriendo su cabeza mediante una capucha amplia y sepulcral..., y el piscodélico y estrambótico, se exhibía a través de un par de escudos de armas de la Casa Bathory grabados en rojo sangre sobre la pechera, justo encima de los grandes y sensibles pezones punzantes y dilatados debajo de la fina tela, donde quizás debieran haber estado sendas cruces rojas sanitarias en la fantasía erótica preferida del paciente, que ella había recreado en parte para él, disfrazándose con aquel uniforme al mismo tiempo pornográfico y hospitalario, aunque sin por ello dejar de combinarlo con su propio estilo regio y siniestro... Edward estaba obsesionado con las enfermeras, desde que, a raiz de su tremendo accidente con el tranvía, cuando, siendo un apuesto estudiante veinteañero dolorido y yacente, escayolado y guardando reposo tras su operación en el Hospital Universitario del Munich de entreguerras, fue primorosamente atendido y consolado - en el caso de una de ellas de modo más que estrictamente profesional - por dos bellas y apetecibles representantes de tal gremio, ambas unos diez años mayores que él, pero excelentemente bien formadas y conservadas por la Madre Naturaleza, quienes no ocultaban, sobre todo la primera, su placer por mimar y velar el sueño de un chico tan joven y guapo durante casi un mes de ardua recuperación... Allí también sintió muchas veces otra presencia femenina, una presencia invisible, incomprensible todavía para él, una presencia poderosa, inquietante, gélida y volcánica, matriarcal y excitante a la vez..., que generaba en él una intensa y conocida pero no por ello menos impenetrable sensación de déja-vù, una presencia tan enérgica y exigente como dulce, abnegada, salvaje, felinamente tierna y misteriosamente sanadora...


Pero ahora, y en realidad desde muchos años antes, cuando experimentó aquella súbita y espectacular revelación interior contemplando la apoteosis destructora y triunfal de "su" Bomba, su Criatura..., sí sabía perfectamente quién era..., qué deseaba, el infinito y singular valor y la transcendencia que había supuesto para su vida, desde que la permitió continuar latiendo y la eligió para tejer sus sutiles telares sobre el mundo físico de los hombres allá, en aquel remoto castillo decrépito en el corazón de la Transilvania húngara, hacía ya tanto tiempo...

Por eso, su moribundo corazón saltó de gozo, con un nuevo alfilerazo inmisericorde de agudísimo dolor... No importaba... Sabía que sería uno de los últimos... Aquella patética ruína remendada por tres by-pass coronarios y apuntalada por medio de un marcapasos ya no volvería a martirizarle más... Ella había venido, había sentido compasión por el prolongado padecimiento de su retoño, de su Niño, de su Hijo y después Amante Tenebroso, cuyo secreto romance con su mente y sus emociones le había permitido parir una nueva fuente de energía física primero, aprovechando los ensayos militares del Arma Total y sus perfeccionadas y cada vez más potentes herederas y, sobre todo, del terror colectivo perpetuo, subconsciente, ominoso, posterior de los cuáles nutrirse hasta la saciedad, tornándose tan poderosa y duradera , aferrada a la dimensión de Sombra más próxima a la Tierra, como jamás soñó llegar a ser... Libre, autónoma, orgullosa y bella sin fin..., como siempre anheló, sin necesidad de someterse ni al Paraíso del que había renegado desde la más tierna pubertad ni al Infierno que amenazaba con absorberla, cada vez más cerca, mientras su poder psíquico menguaba lenta pero irreversiblemente, siglo tras siglo, encerrado entre los muros de su atormentada condena final en este mundo..., alimentado únicamente por la magra dieta del igualmente declinante dolor de sus víctimas y ocasionales pero insuficientes y limitados aportes algo más jugosos de las escasas piezas de caza que se habían extraviado o buscado un morbo fácil e insensato en medio de aquellos sótanos y ruínas muertos y polvorientos...

Caminó hacia él, apenas rozando la gruesa moqueta color vino. La puerta se cerró tras ella, con un seco y brusco chasquido.

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