Segundo Fragmento Tercer Capítulo de "Señora del Hidrógeno"

Y su mujer, Gertrud, una clásica matrona alemana de cara redonda y coloradota, abundantes carnes, generosísma pechera ya algo decadente y orígenes campesinos, quien sí se mostraba encantada sin reservas ante el apuesto y distinguido pretendiente de su "muñequita", refunfuñaba, ponía gesto de pocos amigos y bufaba con desprecio: "Tú y tus corazonadas... - mascullaba con irritada impaciencia desdeñosa - . "Por el amor de Dios, Walter, pareces tú el húngaro... Un zíngaro, en vez de todo un robusto y sensato muniqués de pura cepa... El chaval es muy guapo, muy listo y de mejor clase que todos esos desgraciados que se la han acercado como perros en celo hasta ahora... La quiere mucho..., lo sé, una madre no se equivoca en estas cosas..., hasta tú lo reconoces... Y es la mejor oportunidad para que nuestra querida Olga llegue más lejos que todos nosotros, no lo olvides... Eres idiota, Walter, debería darte vergüenza... Lo que pasa es que nadie te gustaría para tu hijita, ni aunque la hablase un príncipe de sangre real... Estás celoso..., maldito cabeza de cubo, eres egoísta, la quieres sólo para tí, si fuera por tí la niña se quedaría solterona toda la vida... Eso es lo que eres, un viejo cabeza de cubo y egoísta... ¡Anda y que te zurzan...!"

Y dicho esto, se volvía, furiosa y roja como una remolacha, y él asumía, resignado, que aquella noche tocaba otra vez abstinencia, lo que ya empezaba a convertirse en una maldita costumbre...; "Te está bien empleado, Walter, grandísimo imbécil - se decía en silencio entonces, entre sordos gruñidos resollantes - por abrir la bocaza... En verdad, he de reconocer que mi "vaquita" tiene gran parte de razón, como siempre: Sí, soy un viejo obstinado, y hay algo dentro de mí que se horroriza de imaginarla..., en fin..., que el Señor me perdone, con un hombre, sea el que sea. Soy un viejo egoísta y "cabeza de cubo", es cierto, pero lo sé, lo admito y lo domino... No soy tan malo como para anteponer mis sentimientos a la felicidad de mi "perlita"... Y Gertrud lo sabe.., y lo reconocerá en cuanto se le pase el enfado... ¡Dios, es muy buena mujer, Él y mis huesos lo saben..., pero terca como una mula..., y cuando se la contraría...., mejor ponerse fuera del alcance de su lengua..., y más cuando lleva mucho de razón... Pero..., sin embargo... No sé... No es sólo eso, no es sólo eso..."

Con el tiempo, ambos comprobarían dolorosamente que acertaban los dos, aunque cada uno en un sentido... Si bien, cuando todo ocurriera, jamás hablarían de ello...

Y así fueron transcurriendo, ilusionados y apacibles, excepción hecha de los susurrantes debates de alcoba antes descritos, los dos años y medio que duró la relación entre Edward, el joven y prometedor estudiante de sofisticada mente y galante apostura y Olga, la sensible, preciosa y enamoradísima hija del maestro cervecero de blancos y severos bigotes, gran cabeza cubierta de grises y ralos cabellos y no menos notoria panza de barril...

Hasta que, al acercarse el cumpleaños de la chica, Edward recordó que una de las pocas peleas que había tenido con su novia ocurrió el año anterior por la misma y exacta fecha, cuando él, sumergido en su mundo de estudios, ensayos y ecuaciones, olvidó incluso felicitarla... Resuelto a no cometer dos veces el mismo error, la mañana del señalado día pidió permiso al Dr. Heisenberg para salir un poco más temprano del Departamento de Físico-Química Cuántica, no mucho antes fundado por el insigne catedrático mundialmente famoso por su Principio de Incertidumbre o Indeterminación y otras aportaciones a la físca teórica de partículas. El sabio se lo concedió alegremente, añadiendo con un gesto entre pícaro, condescendiente y cargado de añoranza de la juventud: "Los electrones son eternos..., bien pueden esperar por una chica... Sé que es muy guapa... Me mostró usted su foto, Teller... No se preocupe, nada hay más bello que una ecuación simple y elegante, como dice Herr Einstein..., pero, añado yo, después de una joven como su prometida... De nada nos serviría comprender lo que es la luz si nos vuelve ciegos a los esplendores que ésta revela.... Por cierto, Teller, tráigala aquí un día y preséntemela, no sea tan ingrato y egoísta, muchacho... Esa belleza es o será suya, pero los demás mortales al menos tenemos derecho a contemplarla al natural ¿no cree, jovencito?"

El muchacho exhaló unas atropelladas frases de agradecimiento, sonriendo como un bobo y casi se ruborizó. Se había puesto muy nervioso. A sus cuarenta y pocos años de edad, el profesor Heisenberg se conservaba en buena forma, y siempre había sido guapo, esbelto y atlético, el tipo perfecto de alemán nórdico atractivo, y era célebre por su capacidad de seducción sobre las jovencitas...

Una vez fuera de la mole gris y decimonónica de la Facultad, el chico acudió a la mejor floristería de la ciudad para encargar un gigantesco ramo de rosas rojas, las favoritas de su "pequeña Olga"...

No mucho más tarde, el muchacho cruzaba, corriendo, la amplia avenida ante la fachada de la casa de su novia, un inmueble sin pretensiones pero muy cómodo, de tejado puntiagudo de madera y blanca fachada revestida por gruesos refuerzos rojos de idéntico material, al más puro estilo tradicional alemán...

Completamente absorto en sus ensoñaciones románticas y, también, a un nivel más profundo y subconsciente, por sus inseparables sueños de gloria científica y trascendentales descubrimientos, atravesó la ancha calle, sin reparar en el potente sonido del tranvía urbano atestado de pasajeros que se aproximaba a toda velocidad, ni, por supuesto, en la ruidosa campana y las luces rojas que proclamaban a gritos la prohibición de paso para los peatones.

Todo ocurrió en apenas un minuto..., con la rapidez y desalmada eficacia de las sentencias de los Destinos ocultos de los hombres en general y los individuos excepcionales en particular...

El tranvía lo embistió como una bestia furiosa, bramando con un sordo rugir electromecánico, mientras del contacto entre el trole y el cable brotaban chispas zigzagueantes e iracundas... El estudiante no escuchó los gritos embravecidos y angustiados de los viandantes, ni el fragor de la potente máquina que se abalanzaba contra él...

Aturdido, alzó ligeramente la cabeza, sosteniendo en un patético gesto estupefacto el hermoso y fragante ramo de rosas... No tenía tiempo para reaccionar, ni el horrorizado chófer, quien acababa de salir de una cerrada curva cuando aceleró a fondo en el principio de la recta vía, tampoco disponía de él para frenar... Estaba condenado...

Pero, en ese preciso momento, algo, una fuerza invisible y llena de poder, pareció tirar de los hombros y la cintura del jovencito, arrastrándolo hacia atrás...

Su contacto era ardiente y al mismo tiempo helado..., y desató una cascada de insólitos y penumbrosos recuerdos indefinibles en su aturdida y espantada memoria...

Edward se desplomó hacia atrás, el ramo de flores salió despedido lejos y el furgón pasó por encima de la pierna izquierda del universitario, fatalmente extendida sobre la vía... Un espantoso crujido de carne y huesos destrozados y los alaridos de agónico dolor del joven fueron ahogados por el estruendo del vagón y los chillidos de los testigos del aparatoso accidente.

El vehículo sobrepasó el nivel de su víctima, frenando a la desesperada, y arrolló el ramo de rosas que yacía sobre los rieles flanqueados por la nieve. Fragmentos de pétalos y capullos explotaron y se dispersaron, quedando, exámimes y maltrechos, desparramados encima de la blanca capa helada, cual retazos de sangre seca y fenecida, metáforas de un amor imposible que acababa de ser herido de muerte para siempre...

El tranvía descarriló, y los gritos de terror de los pasajeros se sumaron a los de los involuntarios espectadores del trágico siniestro. Las ensangrentadas ruedas horadaron la nieve, haciendo saltar nubes grumosas de blanca gelidez, y luego empezaron a resbalar en ella... El vagón se inclinó de medio lado, vaciló y tembló, peligrosamente cerca del desastre total. El movimiento desenganchó en parte el trole del tendido conductor de la corriente eléctrica, en medio de un fuerte chispazo gemebundo que dejó en el aire un desagradable y acre olor a ozono y grueso cable quemado... Aquello evitó males mayores, pues en el acto las ruedas se inmovilizaron, y el furgón recuperó el equilibrio entre bamboleos, deslizándose sobre la improvisada pista de patinaje unos cuantos metros por pura inercia hasta detenerse.

A pesar del espantoso sufrimiento que le laceraba, el estudiante aun tuvo ánimo para tender una desencajada mirada hacia los conmovedores restos pulverizados del hasta hacía muy poco pujante y perfumado ramo de rosas... Lo había comprado con infinita ilusión y esfuerzo de ahorro - cualidad esta última poco desarrollada en él, debido al desagradable y molesto contraste entre su regalada infancia y la decadencia económica posterior de su familia desde su adolescencia, por lo cuál lo había hecho con gran sacrificio - y ahora, al contemplar su absoluta y despiadada destrucción, una potentísima oleada de odio, ira, frustración e inmensa pena pareció ahogar su corazón, anegando con los desgarradores embates del dolor del alma su organismo entero, hasta hacer desaparecer en un segundo plano los ardientes y punzantes alfilerazos del tormento físico..., porque, en una premonición súbita y desolada, supo que aquella visión era un símbolo del final de un amor tan dulce como prohibido... Prohibido por su Destino, y por la Fuerza Oscura que lo regía e inspiraba, no por cualquier circunstancia más o menos prosaica... Y entonces, Edward lloró... Las lágrimas inundaron sus ojos, fluyendo por sus mejillas...

En aquel instante, la Sombra impalpable que había preservado su vida por segunda vez, al igual que quince años atrás, cuando lo salvó de sí misma con un esfuerzo sobrehumano, se agitó, estremecida, perpleja, atónita ante las colosales emociones que galvanizaban su energía sutil y tenebrosa... Había provocado aquello como el único medio posible de evitar que el curso vital de su elegido tomase un rumbo diferente, incompatible con el pacto sin palabras que ambos firmaron entre sí cuando se miraron profunda y amorosamente a los ojos en aquella ruinosa alcoba polvorienta de su Castillo maldito... Por un lado, como reacción celosa, posesiva, característica de su egoísmo monstruoso, capaz de inmolar en el altar de su belleza a cerca de siete centenares de vidas jovencísimas e inocentes..., pero también por un frío análisis racional: Para un genio creador como él, era mejor que se mantuviese soltero, libre de cargas y ataduras, concentrado únicamente en la consecución de sus ambiciosos sueños de poder y conocimiento..., entregado por entero al glorioso fin que ella había diseñado para él... En este asunto, los criterios de la Condesa Sangrienta coincidían, irónicamente, con los planteamientos de del Vaticano respecto a sus sacerdotes, monjes y monjas consagrados... Pero para lograr romper el fuerte lazo que la Naturaleza había forjado entre la pareja de jóvenes, se había visto obligada a herirle, convirtiéndole en un hombre parcialmente minusválido... Sabía que esto, junto al infierno que se avecinaba sobre Alemania sin que aun nadie lo barruntase, le endurecería todavía más, transformándolo en una máquina cerebral helada, casi tan implacable como ella misma, movido por el ansia de dominio, fama, saber y venganza... Pero mientras que del futuro ascenso de los nazis a la dirección del Reich ella no tenía responsabilidad alguna, sí era la causante oculta y directa de aquel desgraciado y doloroso "accidente"... ; Y le dolía, le dolía como jamás creyó que podía dolerle algo..., y la hacía sentirse sucia, miserable, traidora... ¡A ella, quien jamás había experimentado el más mínimo remordimiento, después de perpretar abominables atrocidades sin límite, a ella, la Tigresa de Cachtice, la Señora de las Tinieblas, capaz de regocijarse en las más crueles y bestiales torturas, a ella, que había alcanzado innumerables éxtasis revolcándose en interminables baños rebosantes de la sangre virgen derramada por centenares y centenares de indefensas doncellas recién sacrificadas, con el único propósito de conjurar el máximo retraso posible para la llegada de las arrugas y fealdades de la vejez, a ella, la libertina insaciable que jamás retrocedió ante las más obscenas y sádicas depravaciones, a ella, la Maestra Bruja quien no temía ni a Dios ni al Diablo, ni vaciló en vivir una fugaz pero tórrida aventura con aquel misterioso, apuesto y seductor caballero errante procedente de los Cárpatos quien afirmaba ser el mismísimo Príncipe Vlad Draculea, soberano de los No-Muertos, ni tampoco en degustar en una única e inolvidable ocasión unas gotas de su sangre, contacto al que quizá debiera su sorprendente estado de lozanía hasta la cincuentena, más que a sus criminales y desmesuradas prácticas posteriores...! ; Y, sin embargo, le dolía... Le dolía y se sentía culpable... ¡"Culpable"..., ni tan siquera conocía el sabor mental de aquella emoción..., enigmática y novedosa del todo para ella, tanto en esta vida como más allá de la misma...!

Pero ahí estaba... Agria, irritante, pero incontestable, retorciéndole las entrañas de su cuerpo astral inmenso, cargado de kilotones y kilotones de densísima energía oscura...

Erzsébet también lloró... Lloró como aquella otra vez, fantasmal e intangible, asomada a la destrozada ventana de su última morada-prisión en este mundo..., despidiendo a su nuevo hijo espiritual... Volvió a llorar por él, como una madre angustiada por haber tenido que hacer daño a su criaturita aunque fuese "por su propio bien", pero esta vez los sollozos eran mucho más amargos y convulsos, y parecían partir en dos como un límpido rayo de luz pura su alma negrísima y casi absolutamente perversa.

Minutos después, mientras los forzudos camilleros y solícitas enfermeras se afanaban en su trabajo, se produjo un espectáculo único, rarísimo, evocador y, por ello, tan hermoso como los cielos constelados, el más perfecto poema o la ecuación más trascendental..., un espectáculo de los que casi nunca vuelven a repetirse en el devenir de ordinario zafio y miserable de la Historia y, como muchos de ellos, por cierto, invisible para los ojos de la inmensísima mayoría: Porque aquel día, aquella fría y desangelada mañana del Enero muniqués, sobre la nieve inmaculada, salpicada de sangre y rezumante bajo el incipiente Sol del mediodía, las lágrimas físicas de una jovencita ingenua y simple se mezclaron con las inmateriales de una complejísima Señora Tenebrosa llena de Potencia y Maldad... Ambas tan diferentes, pero unidas por la magia divina del Amor, con mayúsculas, cuya potestad es más grande que la del Bien y del Mal, y ante la cuál, Primer Motor del Acto Creador del Universo, la arcana y turbia batalla entre los Ángeles retrocede, pues posee más Fuerza que todos ellos juntos...

Y así, aquel día, para la mirada de Brahama, Jeovhá, dios, Alá o como queramos nombrarle, Munich resplandeció más que la estrella más refulgente de la Galaxia, más que su núcleo mismo, donde hierven a una escala colosal e inimaginable las terribles energías que aquel malherido y por ahora insignificante muchacho estaba destinado a desencadenar sobre la Tierra...

E incluso Shiva, Shaitán, Luzbel o Iblis, el Gran Arcángel Rebelde - da igual como le llamemos - sorprendido y ligeramente alarmado, al volver su bellísimo pero helado y despiadado rostro hacia aquella inusual explosión fulminante de Luz y Oscuridad íntimamanete abrazadas, experimentó una brevísima punzada de nostalgia exquisitamente atormentada, la nostalgia eterna de los remotísimos eones durante los cuales amó a su Padre y fue amado por Él... Por supuesto, tal atisbo de sentimiento redentor fue tan efímero que apenas pudo ser medido en el tiempo ni tan siquiera por su gigantesca inteligencia, pero, en esa fracción de nanosegundo, Él comprendió la razón por la cual su Creador le había exigido arrodillarse junto a los demás ángeles ante el milagro del corazón humano... Después, de inmediato, claro está, el titánico y rencoroso orgullo y la infinita soberbia despechada de su prolongadísima orfandad se apoderaron de nuevo de su cósmica y sobrehumana conciencia, forzándole a seguir asumiendo su grandiosa y a la vez triste misión, pero, ante lo Eterno, una diezmilésima parte de la milmillonésima de un segundo posee tanto valor como los longevos ciclos de vida nuclear de los soles y las constelaciones, luz fulmínea que acoge y nutre la Vida, arropada, empero, en equilibrio por la Gran Masa-Energía Oscura e impenetrable.

Edward Teller pasó algo menos de tres semanas ingresado...todo un récord para las técnicas quirúrgicas y postoperatorias de la época, pues los médicos, al principio, no dudaron en vaticinarle unos dos meses, y con alto riesgo de perder la pierna. La velocidad y nivel de recuperación de la soldadura natural de su fractura múltiple de tibia y peroné y la regeneración de los tejidos musculares circundantes maravilló a los galenos. Por supuesto, la madre del chico, fervientemente devota, no dudó en comentar algo sobre "milagro", pero su padre y algunos de los facultativos más abiertos y avanzados prefirieron especular sobre los "desconocidos poderes de la mente sobre la materia", citando las novedosas teorías de Freud sobre la somatización histérica y algunas especulaciones de los orientalistas y teósofos, muy en boga en la Alemania de entreguerras...

Pero ninguno de ellos se acercó tan siquiera a atisbar lo que ocurrió en realidad delante de sus mismas narices...

Tan sólo una pobre mujeruca zíngara de mediana edad, asimismo huída del país magiar, quien acudía a limpiar los servicios y pasillos del hospital para así complementar los míseros ingresos de su marido como vendedor ambulante, la cuál, dicho sea de paso, procedía de la región de la antigua Transilvania Húngara cercana a Cachtice, al interesarse con timidez por el estado de su joven y guapo compatriota, salió un día despavorida, farfullando algunas atropelladas frases en su dialecto natal tras asomarse un momento a la habitación ocupada por el muchacho, persignándose con la exageración de un cura lunático...

Y es que su "sexto sentido", su "percepción astral", sus "facultades paranormales", o como prefiramos denominarlo, la habían permitido contemplar lo que ninguno de los demás podía ver ni imaginar: Observó, estremecida, estupefacta y aterrada, a la Gran Fiera, la crudelísima Hechicera, la Tigresa que poblaba las leyendas y pesadillas de su tribu ancestral, de rodillas a los pies de la cama del estudiante, lamiendo sus heridas con el inmenso celo e infinita ternura de una madre sufriente... Además, cuando ella se percató a su vez de la presencia de una mente sensible, se alzó en toda su respetable altura y, furiosa, le enseñó los colmillos, siseando como una cobra y señalándole la puerta con un largo brazo terminado en una mano que se antojaba más bien garra aniquiladora...

La reacción de la limpiadora fue - pues - perfectamente comprensible y natural, aunque, desde luego, todos los burgueses bienpensantes, ya fuesen predominantemente mecanicistas o rutinaria y superficialmente creyentes que poblaban aquel lugar, y en verdad casi todas partes, la hubiesen tomado por loca de haber presenciado la curiosa escena: "Cosas de gitanos ignorantes", ya se sabe...

Bueno, en verdad alguien si la presenció: Su célebre y respetadísimo catedrático preferido, su maestro Heisenberg, quien al llegar al centro una hora antes para interesarse por la evolución de uno de sus alumnos favoritos y llevarle un ejemplar de su último libro publicado dedicado y firmado de su propio puño y letra como regalo, había provocado un auténtico revuelo, pues la institución rara vez recibía visitantes tan ilustres. El sabio salía del servicio de hombres, dispuesto a despedirse del chaval y marcharse de nuevo a la Facultad, cuando ante él se desarrolló el peculiar episodio. El insigne científico - cuya mente revolucionaria, rigurosa, escéptica, pero auténticamnete abierta a los misterios del Universo sin prejuicios ni rémoras tradicionalistas, se hallaba tan fascinada por las regiones poco convencionales del conocimiento "oculto" tanto como por los enigmas de la constitución íntima del átomo y sus partículas elementales, así como por las enormes implicaciones psicológicas y filosóficas de la Mecánica Cuántica y el Principio Fundamental de la Indeterminación por él mismo formulado, además de por sus posibles conexiones con fenómenos poco usuales como la "serendipidad", estudiada por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung y su colega y antiguo discípulo Wolfgang Pauli, autor del no menos radical y esencial "Principio de Exclusión" de los estados cuánticos electrónicos, en una obra conjunta - se limitó a fruncir el ceño. Sus intensos ojos gris-azulados escrutaron el aire vacío con vivísimo interés inquisitivo... Movió la cabeza, siguió con la mirada la precipitada huída de la gitana y entornó los párpados, clavando la vista de nuevo en el cuarto del enfermo y reflexionando profundamente... Elevó las arqueadas y distinguidas cejas, llegó a alguna deducción preliminar y sonrió, entre sorprendido, satisfecho y halagado:

- "Vaya, vaya, vaya con Teller ... Mmm, esto sí que no me lo esperaba..." - susurró tan bajo que casi ni él mismo lo pudo escuchar - .

Nadie supo jamás porqué, pero a partir de aquel momento su respeto, afecto y decisivo apoyo académico, humano e inlcuso en contadas pero críticas ocasiones económico por su alumno se tornaron todavía más acusados... Teller se convirtió en su "niño mimado", a pesar de que las ideas del maestro se hallaban muy influídas por Nietzsche y el pangermanismo neopagano, que a veces rozaban el antisemitismo, lo que le hizo coquetear con algunos aspectos del nazismo años más tarde, aunque por fortuna para su carrera posterior, era demasiado inteligente y sensible como para comprometerse en serio y de lleno con él. Lo hizo - pues - a pesar de que su pupilo era judío húngaro, composición "étnica" por la que a medias disimulaba un contenido desprecio..., para mayor envidia exasperada de muchos de sus ambiciosos condiscípulos de "perfecto pedigrí" ario, tan rubios y wagnerianos como su profesor...

Una vez dado de alta, Edward hubo de enfrentarse al detestable pero objetivo hecho de que, aun cuando de manera "más que afortunada", en opinión de su cirujano y su traumatólogo, los huesos habían soldado con "increíble limpieza", había conservado la pierna y en un estado sorprendentemente bueno, libre de toda infección o complicación grave posterior, la articulación de ésta con la rodilla había quedado definitivamente lesionada: En otras palabras, se había librado de la amputación y de exhibir una extremidad más corta que otra, esto último contra todo pronóstico, pero sufriría de por vida una visible cojera, aunque no exagerada, que le obligaría a usar bastón: De momento, como medida preventiva, para evitar el peligro de una nueva y fatal caída; más adelante, de modo obligatorio, para facilitarle los movimientos cuando fuese dejando de ser joven...

Llegó a salir dos o tres veces más con su novia después de aquello. Pero algo se había roto definitivamente entre ellos, tal y como había previsto y calculado su siniestra y oculta Madre Tenebrosa...

La jovencita se esforzaba por demostrarle el mismo cariño, todavía le admiraba profundamente y una parte de ella seguía sin duda queriéndolo... Pero, aunque dócil, complaciente y generosa, también era inmadura, simple y superficial... Y Eddy seguía siendo brillante, aristocrático, apuesto, enigmático y con un atractivo porvenir, pero sus andares ya no eran lo que se dice elegantes ni señoriales como antes, ni la imagen de un hombre tan joven a su lado con bastón le resultaba tampoco particularmente deseable... Otra parte de ella, una parte vanidosa, egoísta y dependiente en exceso de la opinión y maledicencia de los demás, padre incluido por supuesto, ya no aceptaba a su antaño "gran sueño de amor hecho realidad"... Odiaba asimilar esa parte, mirarse al espejo y verla reflejada en sus ya no tan inocentes y angelicales ojazos celestes y soñadores... Pero ahí estaba, era la Sombra, la Sombra personal e intrasferible que a todos nos acompaña y que, tarde o temprano, hemos de aprender a asumir. Una Sombra que, en su caso, era alimentada en secreto por otra, tan femenina y vanidosa como ella, pero inconmensurablemente más cruel, grande, vieja, sabia y astuta...

Por añadidura, él le comunicó, en el estilo severo y adusto que ahora predominaba en su herido y otrora alegre y vital temperamento, que pronto debería marcharse a Leipzig, pues su gran mentor, el profesor Werner Heisenberg, iba a pasar una temporada allí entregado a un nuevo proyecto de investigación, para el cuál contaba con él como su ayudante de confianza, lo que suponía una excelente forma de culminar su Segundo Ciclo universitario, especializándose en radiofísica y física nuclear, la vanguardia de las vanguardias dentro de las aplicaciones de la Mecánica Cuántica...

Bien podía haber utilizado ella dicha circunstancia como excusa para interrumpir las relaciones, "darse un tiempo" y demás pamplinas habituales, puesto que no se atrevía a cortar con él de modo definitivo, a causa de su timidez y, en especial, del enorme complejo de culpa que sentía al haberse producido el maldito accidente mientras el muchacho corría, ilusionado, por complacerla en su aniversario, cuyo olvido tanto le reprochó el año anterior...

Pero ni tan siquiera para eso tuvo valor... Prefirió fingir y dejar que la distancia y las tendencias casquivanas de su prometido, que ella no ignoraba, se aliasen para enfriar y matar del todo lo que quedaba del amor entre ambos...

Sin embargo, el propio Edward le ahorró pasar por tal aprieto. Por más que él también sentía a pesar de todo algo por ella, su cojera le había vuelto mucho más susceptible, quisquilloso, sombrío y de difícil trato: Cualquier cosa le ofendía, se había tornado áspero, desconfiado, duro, incluso cruel a veces... Tenía explosiones de cólera y su ánimo oscilaba de forma demencial, sintiéndose a veces "un inútil lisiado, indigno del amor y la compañía de una muchacha tan hermosa y lozana como ella" ; Y otras, echándole en cara que "ya no me quieres, porque no soy vistoso", o semejantes diatribas, utilizando su evidente superioridad dialéctica e intelectual para herirla con un extraño y sádico deleite, jamás antes esgrimido por el estudiante, al menos contra ella, que la hacía un daño indecible, inspirado por la misma Musa Oscura que el despecho vanidoso de la chavalita...

Obviamente, el noviazgo no podía durar mucho más en tales condiciones...

Al final, fue el orgullo de Edward el que impulsó una ruptura largo tiempo anunciada: En persona, paseando por un pequeño parque próximo a la casa del cervecero, y muy cerca del lugar de su atropellamiento, sin recurrir a la cobardía de un carta o una llamada utilizando los monstruosos y exasperantes teléfonos primitivos propios de aquellas fechas, le indicó con mal encarada frialdad que "no podía tolerar que el actual deterioro de nuestra relación nos haga más daño a los dos... Prefiero liberarte y liberarme de nuestro mutuo compromiso... - señaló, con su más impecable y desapasionado acento en perfecto alemán - Así tú podrás rehacer tu vida y buscar otro hombre más acorde con tus pretensiones y yo me sentiré libre y renovado para emprender mi auténtico camino..."

Ella no pudo ni responder. Se limitó a asentir en silencio, tragar saliva y volver la cara para que no la viera llorar como una niña pequeña...

Edward la contempló, de espaldas, compungida, los bonitos hombros agitados entre espasmos sollozantes que agitaban la catarata de miel y oro de sus suaves cabellos, y las lágrimas humedecieron también su rostro, cada vez sin embargo más pétreo, rígido y endurecido..., pero inmensamente más maduro... Por un instante, pareció dudar, levantó la mano derecha y volvió a bajarla... Pero con un gesto de ira y de resignación entremezcladas, se giró por completo y se alejó, arrastrando con furia casi asesina su odiado bastón de oscuro y rojizo nogal adornado por una cabeza de lobo marfileña en el extremo superior, impecable su traje azul noche a rayas diplomáticas y su pajarita encarnada cerrando el cuello almidonado e impoluto, meticulosamente peinado y afeitado, pero hirviendo por dentro con el odio salvaje y el ansia de venganza de un horno atómico...

Su cojera resonó sobre la vereda de gravilla...

En aquel sonido seco e intermitente, había ecos de los cascos de los Jinetes del Apocalipsis y su Poder Destructor...

Por supuesto, unos diez años más tarde, el Segundo Paraíso, el Paraíso Alemán que había visto nacer su genio científico y el albor y ocaso del único y verdadero amor tangible de su vida, también acabó, de forma tan brusca e inmisericorde como el primero...

Adolf Hitler ganó las elecciones, encumbrado por la descomposición y corrupción política del sistema tradicional de partidos, la despiadada crisis económica que arruinó por completo la República de Weimar por los efectos combinados de las excesivas e injustas sanciones y pagos por daños de guerra impuestos a Alemania por los vencedores de la I Guerra Mundial y la espantosa Gran Depresión financiera y monetaria internacional desatada tras el espectacular hundimiento de la Bolsa de Wall Street en 1.929, unidos al resentimiento y orgullo nacionalista herido del pueblo empobrecido hasta límites insoportables... Pronto, una diabólica combinación de astucia, populismo demagógico ultranacionalista y elaboradas técnicas innovadoras de propaganda, reforzada por el peculiar y extraño carisma casi hipnótico del singular personaje que proclamaba encarnar el nuevo "Führer providencial del Tercer Reich", acumuló el suficiente poder e influencia en las más diversas clases sociales como para disolver el Parlamento y aniquilar de un plumazo la democracia que había utilizado para alcanzar la cima. Convertido en dictador inapelable, controlando su Partido Nacional-Socialista cada segmento y sector clave de la vida nacional, ya nada ni nadie pudo impedir a él y a sus secuaces extender su doctrina guerrera, revanchista, racista y agresiva por cada länder, ciudad y pueblecito a lo largo y ancho de un gran país que, a pesar de las tremendas dificultades, había descollado hasta entonces por un envidiable nivel de libertades civiles, desarrollo industrial y científico-tecnológico inovador, poder creativo artístico y renovador y avanzadas costumbres y estructuras educativas, sanitarias y sociales, aunque por desgracia, heridas de muerte por las dolorosas desigualdades provocadas por su horrible etapa de precariedad material... Una gran nación que, encendida, por las espectaculares, grandilocuentes, exultantes y rencorosas soflamas del enaltecido ideólogo alzado a su liderazgo y los restantes dirigentes de la "Nueva Alemania", vendió su alma en pos de una ambiciosa alucinación colectiva de soberbia y desquite, dejándose conducir, sin saberlo, al Abismo Final de sus sueños, precipitándose al más absoluto matadero y la más humillante derrota de su Historia como corderos al sacrificio de un nuvo Moloch ávido e insaciable.

Así, no fue de extrañar que el todavía joven Edward Teller y sus ya ancianos padres se vieran obligados a abandonar Alemania como aproximadamente un par de décadas antes su patria natal...

Si este nuevo embate de la vida les hubiese afectado en las mismas circunstancias de su llegada a Karlsruhe desde Budapest, donde el chico completó sus estudios secundarios y el curso selectivo preuniversitario con su acostumbrada excelencia, los desafortunados Teller, obligados de nuevo a emigrar e instalarse todavía más lejos, se hubiesen arruinado por completo. como les ocurrió a tantos y tantos de sus hermanos semitas en toda Centroeuropa... Pero edwrad acababa de completar su doctorado en Copenhague, mediante un abrillante tesis sobre la teoría de las Reglas de Selección Cuánticas aplicadas a los estados nucleares de los protones y neutrones del núcleo atómico, dirigida nada más y nada menos que por el Dr. Niels Bohr, otro de los "Grandes Iluminados" de la nueva física, considerado junto a Albert Einstein y Max Planck, uno de los "padres" de la Mecánica Cuántica, famosísimo por haber elaborado un primer modelo de estructura atómica capaz de explicar las series de líneas de espectros de emisión y absorción del átomo de Hidrógeno..., un modelo limitado y claramente perfeccionado y generalizado a otros elementos de manera aproximada por las aportaciones conjuntas de genios de la talla del propio Heisenberg, Louis de Broglie, Erwin Schrödinger o Paul Dirac, pero cuyo mérito había sido incorporar por vez primera en la Historia de la Ciencia los novedosos y "desconcertantes" conceptos cuánticos a dicho terreno, abriendo la puerta de la Era Atómica...

Sin dar tiempo a que la tinta se secase en los pulcros folios de su brillante tesis, calificada con sobresaliente "cum laude", el joven físico judío-húngaro recibió varias ofertas de suculentas becas, procedentes de prestigiosas Universidades y centros de investigación británicos donde había enviado copias de su excepcional currículo y de ésta, pues resultaba urgente, por su seguridad y la de su familia, amenazadas por la criminal ceguera nazi, marcharse cuanto antes de la Europa continental, pese a su estrecha amistad y buena relación con su nuevo preceptor y su selecto equipo.

Por ello, pronto le fue posible escapar del Ogro Hitleriano y mantener sin lujos pero con comodidad a sus progenitores en Inglaterra, y de ahí, no tardó en ser reclamado por los norteamericanos, el nuevo Coloso cuya inminente intervención a favor de las democracias occidentales pisotedas o amenazadas por eol exaltado e insaciable Führer en la II Gran Guerra Europea la convertiría en Mundial pocs años después, inicando así un nuevo Ciclo Imperial sobre el Orbe entero...

De esta manera, llegó el niño de Budapest, el Hijo Oscuro Secreto de la Señora de Csejthe, a los Estados Unidos de América...

Frío, helado, endurecido... Más implacable, herido y ambicioso que nunca...

Y, desde entonces, su Destino estuvo ya para siempre sellado...

A partir de aquel momento, su carrera académica, científica y política creció y creció sin detenerse, haciéndose imparable, arrolladora, deslumbrante: Primero, sus estudios, junto a George Gamow, sobre los mecanismos de conversión de estados cuánticos protón/neutrón, que les permitieron a ambos establecer un modelo explicativo detallado - bautizado como "transiciones Gamow-Teller" - de los procesos íntimos vinculados a la emisión de electrones de alta energía por parte de los núcleos de los isótopos inestables - fenómeno comúnmente conocido como "radiación b" - . Aquel trabajo resultó especialmente satisfactorio y gratificante en términos personales y constituiría la principal aportación del científico a la física fundamental... Más tarde, a finales de la II Guerra Mundial, junto a Leo Szilard - uno de sus mejores colaboradores y amigos, también judío-húngaro en el exilio como él - y Richard Wigner, acudió a visitar a Einstein para convencerle de que redactase su célebre carta dirigida al Presidente Franklin Delano Rosevelt instándole a poner en marcha un programa ultrasecreto encaminado a desarrollar la primera arma atómica estadounidense, ante las evidencias facilitadas por los servicios de espionaje de que los nazis habían iniciado ya los ensayos destinados a la producción de agua pesada y uranio enriquecido con tal fin... Tras una larga y agotadora discusión, el gran genio pacifista, popular y mitificado creador de la Teoría de la Relatividad, profundamente afectado por la noticia de que Hitler contaba realmente con altas posibilidades de obtener La Bomba y conmovido por ello hasta lo más íntimo, consintió en enviar la misiva, transmutándose por una sóla y dolorosa vez de "paloma" en "halcón", motivado por su conciencia de amante de la libertad y miembro de la comunidad judía, condición esta última de la que siempre hizo gala, al igual que sus colegas visitadores, no en el sentido religioso, al mantener, como ellos, una concepción más bien vagamente oscilante entre una especie de "peanteísmo cósmico" y el más escéptico agnosticismo, sino en términos culturales, comunitarios y étnicos... En el futuro, tras recibir la noticia de los ataques nucleares ordenados por Harry S. Truman, el sucesor de Rosevelt en el Despacho Oval, sobre las dos urbes japonesas, el idolatrado sabio judío-alemán lamentaría de manera pública y amarga su decisión, calificándola como "el gran error o pecado de su vida..."

Este fue su primer servicio a los intereses estratégicos de la Inteligencia, el Pentágono y el Estado Mayor de su nuevo país adoptivo. Y el comienzo de una larguísima, fructífera y dulce relación entre las altas esferas de Washington y su persona...

La recomendación por escrito del famosísimo y reverenciado sabio fue decisiva: Pocos meses después, por orden directa y reservada de la Casa Blanca, bajo el más estricto grado de confidencialidad oficial y rodeado de las máximas medidas de seguridad posibles, se inició en Los Álamos el Proyecto Manhattan, dirigido por Werner Oppenheimer y con la colaboración de otros investigadores de altísima categoría mundial, como Enrico Fermi, y del que el mismo Teller formó parte.

A continuación, tras el fin de la II Guerra Mundial, la caída en desgracia y posterior retiro del primero, culminó el ascenso de Edward a la máxima cumbre de su prestigio científico, consideración académica y poder político, firmemente respaldado por la Administración republicana de Ike Eisenhover, de marcado perfil firmemente anticomunista, "duro" en política exterior y apostando fuerte por un espectacular incremento en los gastos militares encaminados a ganar la Guerra Fría contra la Rusia soviética de Stalin a toda costa...

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Las imágenes del pasado que habían desfilado como una película rápida por la mente de Teller se disolvieron de repente, mientras el altivo y encumbrado físico nuclear controlaba una súbita mueca de dolor y disgusto... Siempre que se enfrentaba a momentos de elevada tensión y decisiva importancia como aquella prueba, su memoria se disparaba, realizando una revisión acelerada pero esencial de los hechos cruciales de su vida y, simultáneamente, la extensa cicatriz de aquella maldita pierna que tantas veces había execrado le punzaba y atormentaba, al igual que cuando cambiaba el tiempo, como recordándole con sarcasmo su trágico y mordaz papel en buena parte de las sendas por las que había discurrido su sino...

Edward Teller apretó las mandíbulas y sus ojos de obsidiana, gélidos, duros, profundos, centellearon detrás de las gruesas gafas protectoras de cristales negros e impenetrables... Su mirada enfocó el horizonte, en lontananza, perdida en el enigma infinito al que parecía volar en muchas ocasiones... Sus manos aferraron inconscientemente el robusto y pulido bastón y alzó la derecha, haciendo el signo de la victoria...

Era la señal convenida. La cuenta atrás comenzó. matemática, precisa, inexorable...

El bombardero B-52, plateado, pesado y majestuoso, descendió ligeramente con un ronquido sordo y vibrante de sus turbohélices y dejó caer La Bomba

2 comentarios:

  1. Hola paso a saludarte y a leerte...me gusta muchisimo tu historia...
    Que pases un buen fin de semana!!!

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